![](https://static.wixstatic.com/media/eb74b0_d9fdf3a79ffd44e4836c75cbd59f21d7~mv2.jpg/v1/fill/w_980,h_980,al_c,q_85,usm_0.66_1.00_0.01,enc_avif,quality_auto/eb74b0_d9fdf3a79ffd44e4836c75cbd59f21d7~mv2.jpg)
Era una mañana radiante; el sol se asomaba tímidamente entre las nubes, como si temiera el juicio de la vida. En la mágica y enigmática zona de Achumani, La Paz, se desplegaba un lienzo de contrastes, donde historias y paisajes se entrelazaban en un hecho que había llenado de indignación a muchos bolivianos.
En una de sus quebradas, una anciana de rostro surcado por el tiempo y la adversidad se aventuraba junto a su pequeño hijo en busca de tunas. Esta no era solo una búsqueda de alimento, sino un acto de resistencia ante la cruel realidad que los oprimía. Sus pies, cargados de polvo del largo recorrido, eran testigos de noches y días de fatalidad, tal vez sin haber desayunado ni comido. En el silencio, ella guardaba su dolor y la historia de su vida.
La señora, con pasos lentos pero firmes, se adentraba en el sendero montañoso. "Hijo, hoy debemos recoger tunas. Necesitamos alimentarnos y quizás, podamos vender algunas para poder comprar tus útiles escolares", le dijo con una voz que, aunque suave, cargaba el peso de su tristeza.
El niño, con ojos brillantes como estrellas, respondió con una sonrisa sincera: "¡Sí, mamá! Yo te ayudo, yo te cuido". La inocencia de su voz contrastaba con la dureza del mundo que los rodeaba. Mientras caminaban, el cielo se llenaba de esperanza; la reciente lluvia había dejado un paisaje vibrante, donde la vida parecía renacer.
El niño, siendo niño, encontró una botella de plástico en el sendero y la tomó como un avión, usando su imaginación para convertirla en un cóndor, como aquel que su abuela le había descrito, que volaba alto para cuidar a las ovejas. En ese momento, se sumergía en un mundo donde la imaginación no conocía el dolor, solo alegrías y sonrisas, sintiéndose protegido y feliz por estar junto a su madre. Pero todo tiene un fin, y a veces la realidad puede ser más cruel de lo que se espera…
De repente, la atmósfera se tornó tensa, como si el cielo azul, la brisa con aroma a lluvia y el canto del tordo hubieran desaparecido por arte de magia. Un hombre canoso, con una mirada que parecía atravesar las cavernas del socavón, emergió del otro lado de la calle. Su andar era lento, pero su presencia era imponente. A su lado, un perro de aspecto feroz lo acompañaba, como un guardián de sus oscuros secretos.
Con voz grave y autoritaria, el hombre se dirigió a la señora: "¿Por qué estás sacando tunas? ¡Estás robando!". Las palabras resonaron en el aire como un trueno, llenando el espacio de un temor palpable.
La anciana, con el corazón latiendo desbocado, giró su rostro, enfrentándose a la tormenta que se cernía sobre ella. "No estoy robando nada, solo recojo tunas para mi hijito", respondió con una voz temblorosa, pero decidida.
El hombre, implacable, continuó su ataque verbal, acusándola de usurpar lo que no le pertenecía. "Estas tunas son mías. Las he cultivado con esfuerzo, con sudor". La anciana, sintiendo la injusticia de su acusación, se preguntaba cómo podía reclamar algo que crecía en un espacio que pertenecía a la naturaleza misma.
La tensión era un hilo invisible que unía a ambos; su lucha era un reflejo de una sociedad donde la supervivencia se convierte en un campo de batalla. La mirada de la anciana, lejos de rendirse, mostraba una mezcla de tristeza y dignidad. Era un recordatorio de que, a pesar de las adversidades, la vida seguía floreciendo en los lugares más inhóspitos.
En ese instante, el tiempo pareció detenerse. La quebrada, testigo mudo de su confrontación, resonaba con las historias de aquellos que, como ella, habían luchado por un futuro mejor. La esperanza, aunque frágil, aún brillaba en el horizonte.
El hombre anciano, con una autoridad que parecía emanar de las sombras de su historia, llamó a otro que estaba cerca. Este nuevo personaje, de rostro severo y mirada crítica, se acercó con paso firme. El pequeño, al ver la amenaza que se cernía sobre su madre, corrió hacia ella, su corazón palpitando de temor e inocencia. Sin comprender del todo la situación, su instinto lo llevó a proteger a su madre, a quien amaba con toda su inocencia.
El segundo hombre, con voz áspera y cargada de desprecio, se unió al ataque. "¿Por qué estás robando nuevamente? Estas tunas las hemos plantado nosotros, las hemos cuidado. Ustedes vienen a robar para vender, y lo peor de todo es que le estás enseñando a tu hijo a robar". Las palabras, como dagas, atravesaron el aire, llenando el ambiente de una tensión insoportable.
La anciana, temerosa y nerviosa, intentó defenderse. "No estoy robando, estas tunas están en la calle. No entiendo por qué se molestan. Muchas veces, estas tunas se marchitan y son consumidas por aves. ¿Acaso no es mejor que alguien las aproveche?". Su voz, aunque temblorosa, llevaba consigo la carga de la verdad.
Sin embargo, los hombres no estaban dispuestos a escuchar. Su terquedad se convirtió en un muro que separaba la razón de la injusticia. El niño, sintiendo la creciente agresividad, comenzó a llorar, su pequeño cuerpo temblaba de miedo. Intentó acercarse a su madre, pero el hombre lo apartó con un gesto brusco, como si su inocencia fuera una amenaza.
La escena se tornó aún más tensa; la anciana, viendo a su hijo asustado, sintió que el mundo se desmoronaba a su alrededor. "Por favor, no le hagas daño", suplicó, su voz entrecortada por la angustia. "Solo quiero cuidar de él. No estoy aquí para hacer daño a nadie".
Los hombres, sin embargo, permanecieron firmes en su postura, como rocas en medio de un torrente. La anciana comprendió que, en ese momento, no solo luchaba por tunas, sino por la dignidad de su vida y la de su hijo. La esperanza que una vez brilló en su corazón ahora se veía opacada por la sombra de la injusticia.
La anciana, sintiendo el peso de la situación, decidió que era mejor retirarse. Con la cabeza baja, tomó su aguayo y su bolsa, y, entre sollozos, tomó de la mano a su pequeño, quien no dejaba de llorar. Se alejaron, dejando atrás la confrontación, un eco de impotencia resonando en sus corazones. Aquellos hombres, en su arrogancia, se erguían como bestias en un mundo que a menudo se siente hostil.
Mientras la anciana y su pequeño se alejaban de la confrontación, el llanto del niño resonaba en el aire, pero en su corazón había una semilla de esperanza que comenzaba a germinar. A medida que caminaban por los senderos de Achumani, la madre reflexionaba sobre la situación y las enseñanzas que la vida le ofrecía. “La tuna es un símbolo de resistencia y adaptabilidad en medio de adversidades. Esta planta, que crece en climas hostiles…”
Esto le recordaba que, al igual que ella, también debía aprender a adaptarse. "Hijo", dijo con voz suave, para calmar su llanto, "la tuna prospera en entornos áridos, donde muchas otras plantas no sobreviven, como quebradas, y ríos. A ellas, no hay quien las riegue. Así como ella, nosotros también debemos encontrar la manera de seguir adelante, incluso cuando el camino se vuelve difícil".
Mientras el niño secaba sus lágrimas, la madre continuó: "La tuna se aferra a la tierra durante la sequía, demostrando su deseo de vivir. Nosotros también debemos ser fuertes, incluso en los momentos más difíciles. Cada vez que enfrentamos dificultades, tenemos que recordar que somos capaces de seguir adelante".
La anciana miró a su hijo y le explicó: "Cuando las hojas de la tuna se quiebran, en lugar de rendirse, la planta encuentra una forma de regenerarse. Al soltar raíces en el suelo, da paso a un nuevo crecimiento. Así como la tuna, nosotros también podemos renacer a partir de nuestras pérdidas y dificultades. Cada desafío que enfrentamos es una oportunidad para crecer, para convertirnos en versiones más fuertes de nosotros mismos".
El niño, con su inocencia iluminando su rostro, asintió. "¿Entonces, mamá, siempre podemos volver a levantarnos?", preguntó con curiosidad. La madre sonrió, sintiendo que la lección estaba calando en el corazón de su pequeño. "Sí, hijo. La vida está llena de altibajos, pero lo importante es cómo respondemos a ellos. Al igual que la tuna, debemos aprender a adaptarnos y encontrar la fuerza para renacer después de las tormentas".
El camino a casa se hizo más ligero, y aunque la tristeza de la confrontación aún pesaba en sus corazones, las palabras de la anciana comenzaron a tejer un manto de esperanza. En su interior, la madre sabía que cada paso que daban juntos era una afirmación de su resiliencia, una promesa de que, sin importar cuán difíciles fueran las circunstancias, siempre habría un nuevo amanecer.
Finalmente, mientras caminaban hacia casa, la madre tomó la mano de su hijo y le dijo:
"Recuerda siempre, en cada quebradura hay una oportunidad de crecimiento; en cada sequía, una lección de perseverancia. Nunca debemos perder la esperanza, porque incluso en los momentos más difíciles, siempre hay espacio para florecer".
Y así, madre e hijo continuaron su camino, con el espíritu de la tuna guiando sus corazones, listos para enfrentar lo que la vida les deparara, sabiendo que, juntos, podían superar cualquier adversidad.
La tuna, un fruto que muchos desestiman, representa la lucha y la perseverancia. Gracias a aquellos que se toman el tiempo de quitar las espinas y recolectarlas, permiten que otros puedan disfrutar de su dulzura. Nadie debería ser privado de lo que crece en el seno de la madre tierra. Si bien hay responsabilidad en cuidar la naturaleza, también existe la oportunidad de cosechar sin dañar la integridad de la planta.
En Cochabamba y La Paz, la tuna es parte de la identidad cultural. Crecen en diversos rincones, cerca de ríos y quebradas, y son un reflejo de la lucha, expuestas a las sequías, brotando con fuerza. Aquellos que las recolectan no hacen más que seguir un ciclo natural de vida y supervivencia, recordando que la conexión con la tierra es un legado que trasciende generaciones.
---------------
Redacción: Mauricio Maita Herbas
![](https://static.wixstatic.com/media/9caebd_0dfd193257124b95a7815231e5016718~mv2.jpg/v1/fill/w_980,h_947,al_c,q_85,usm_0.66_1.00_0.01,enc_avif,quality_auto/9caebd_0dfd193257124b95a7815231e5016718~mv2.jpg)
Comments